domingo, 16 de enero de 2011

Psicosis en Niños desde el Psicoanálisis Lacaniano

Dar cuenta de la apuesta que efectúa la clínica lacaniana en nuestros días, es apuntar y fundamentar una práctica basada en la continuidad, en el cerramiento particular de cada quien a modo de nudo y en el recorrido del síntoma y del goce al final de un análisis.

Pensar a un niño como neurótico o como psicótico, no sólo nos recuerda a las cajas clasificatorias que contienen etiquetas estructurales, sino que, dan cuenta también de lo discontínuo, de lo congelado del nombre.
Es por eso que nos resulta más adecuado a los psicoanalistas, nombrar psicosis en niños y no niños con psicosis, o lo que es peor aún, niño psicótico.
Pero cómo definir algo de lo psicótico en un niño, algo que está dando cuenta de una especial constitución.

Si lo pensamos desde la enseñanza lacaniana en su última época, nos confrontamos a los registros: R, S, é I. Retaceo de imaginario, repudio de lo simbólico y exceso de real. Trabajar en la escucha de los registros, nos permite encontrar los nudos subjetivos que muestran los amarres y desamarres de los momentos lógicos y constitutivos por los cuales va transitando un niño.
Pesquisar lo más propio del sujeto, su detalle particular que lo hace único. Qué hace, qué repite, qué goce hay en juego, (la mirada?, la voz?). Trabajar con lo real que le hace de tope, haciendo muleta u ortopedia de simbólico, colage con mosaico de lo imaginario. Ese es el trabajo de “la psicosis”, ni del analista, ni del niño; volvemos a repetir, de “la psicosis”; dado que es ella la trabaja en la cura.


¿Qué hace un analista de la orientación lacaniana en el tratamiento con la psicosis en niños?


a) A modo de diagnóstico:

  • escucha el detalle de éste.
  • lo que repite y su modalidad.
  • que objeto lleva en el bolsillo.
  • a qué distancia mantiene al Otro (con mayúscula).
  • cómo se relaciona con el lenguaje, con el juego, con los objetos en general, y con los pequeños otros.
  • qué relación mantiene con su cuerpo, ese niño.
  • y puntualiza, entre otras cuestiones, el goce presente.
b) En la dirección de la cura: el analista
  • disputa el objeto en cuestión.
  • multiplica la transferencia.
  • apuesta al trabajo clínico del “entre varios”; el de los pequeños saberes compartidos.la tarea es de “a” a “a1” y derriba al A con mayúsculas.
  • se confronta con goce, con el goce en todos sus flancos.
  • apuesta al armado del nudo, que hace el niño, y a la particularidad que éste conlleva.
  • presta el cuerpo.
  • se barra para hacerle un lugar a la brizna del sujeto.
  • presta nombres, nombres de nombres, que ordenan haciendo velo de lo que no tiene: Nombre del Padre. Y lo acompaña en su versión.

¿Qué hace el niño en el análisis que transita en algo de lo psicótico?
  • consiente (da consentimiento).
  • dice sí, en lugar de quedarse perplejo ante la captura del sujeto, ante un S2 contingente.
  • barra el goce y hace labores para ello.
  • crea un sinthome, que a modo de costura mal hecha, permite una nueva fundición, que conformando una apariencia, sostiene un equilibrio entre las partes.
  • se inventa un nudo, o una versión del padre, o una pere-versión propia.

¿Qué hace la cura?

Ahora comentaremos un pequeño relato clínico(1):


El caso de Pedro es diferente, tiene un diagnóstico psiquiátrico de esquizo-paranoia (compartido con el del psicoanálisis). Alucina, delira, funciona en espejo sólo con pares; cuando se intenta en la cura entrar transferencialmente y oficiar de par para producir algo allí, es casi imposible.


No se encuentra la forma de andar otro camino que no sea por los pares, sus pares. “Compañeros de escuela o hermanos”. Él me llama por mi nombre de pila y yo lo llamo a él de la misma manera. Intento en sus actividades ser compinche, lo acompaño, pero no alcanza, no deja de alucinar, ni de armarse en espejo en los otros. Más tarde se me ocurre, mientras le guardo sus útiles escolares en la mochila, palmearlo en la espalda y decirle: “¡Amigo!” (con énfasis). Él me dice “amiga mía”, y pronuncia mi nombre también. Desde allí se pueden articular las alucinaciones de Pedro con mi paridad para con él. Me otorga calidad de par. Un par que acompaña e interviene (no intrusivamente) en sus fenómenos. Y que maniobra desde allí.

Multiplicar la transferencia, que ésta no sea masiva, es otra manera. En el ámbito institucional los niños preguntan todo a una sola persona, por ejemplo: “¿qué comemos hoy?”, “¿dónde está el jabón?”, etc.; el reenviarlos a la cocinera que posee ese saber, o a la auxiliar que repondrá el jabón ante sus pedidos, es una buena forma. El acompañamiento de otros profesionales que desde otro saber coartan al gran Otro. Y lo barran, dando lugar para otra cosa. Otra cosa donde alojarse sin ser nada más que objeto. Ejemplo: médico pediatra, profesor de educación física, maestros, fonoaudióloga, asistentes, etc.

La masividad de la transferencia corre por la misma vía gozadora del Otro. Y aquello la escinde.

La cura es “en el entre”; en la juntura en la hendidura, en lo que no cierra.El analista apuesta, el niño consiente y trabaja, la psicosis hace el resto, que no es poco. Recordemos la propuesta de Lacan: “no retroceder ante la psicosis”.Armar algo que puede limitar lo mortífero del goce, del goce de la lalengua, del cuerpo, de la relación con los otros y armar lazos, aquieta los monstruos ocultos y apacigua el padecimiento cotidiano, eso hace una cura.

Y parafraseando algo que me es propio, diríamos: “y si de algo se trata, no es justamente de saber sobre psicoanálisis; si de algo se trata es justamente de no aplastar al sujeto, sino de propiciarnos sencillamente su encuentro”(2) y agregaríamos: “Tanto, cuando existe el sujeto, como cuando hay que crearlo”.


Cecilia Collazo.


(1) En “¿ Qué escucha un analista?” pag. 71. Caso Pedro. Cecilia Collazo. Editorial Grama. 2007.


(2) En “¿Qué escucha un analista?” pag. 127 Palabras finales. Cecilia Collazo. Editorial Grama. 2007.

Fuente: Este trabajo ha sido publicado en la Revista Imago-Agenda del mes de mayo 2008, nº 119. Páginas: 18 a 20.

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